Parece oportuno empezar por la importancia que ha tenido el avance tecnológico en este siglo. Hoy es posible hacer viajes larguísimos en muy poco tiempo y sin esfuerzo, y estar informado casi inmediatamente de los sucesos que ocurren en cualquier parte del globo. La mayoría de las cosas que nos rodean son artificiales, y el nivel de necesidades en muchos ambientes ha pasado de cubrir la supervivencia a disfrutar de la abundancia. Incluso las situaciones límite de pobreza no parece imposible que puedan ser superadas, si los hombres utilizan los medios técnicos que poseen y si sus egoísmos no lo impiden.
Este desarrollo no tiene por qué afectar negativamente a la fe; más bien la puede favorecer al elevar la preparación intelectual de muchos, y liberarlos del agobio de la lucha por lograr sobrevivir. Además, estos avances permiten descubrir con más profundidad aún los dones de Dios y a agradecer, en concreto, la capacidad que Él ha dado a la inteligencia humana. Pero algunos, de estos mismos hechos, pueden sacar la conclusión de que el hombre lo puede todo y que Dios no es necesario en su vida. Esta mentalidad aparece en algunos sectores, ignorando que los interrogantes más profundos siguen abiertos y que el mero progreso de la ciencia no puede resolverlos.
Vivimos en un siglo con grandes avances tecnológicos. Ha habido un gran desarrollo técnico.
Este desarrollo debe favorecer la vida de fe al elevar la preparación intelectual y liberar a los hombres del agobio para sobrevivir. Además, da pie para agradecer al Señor tantos dones de los que ahora el hombre participa.
Este desarrollo debe favorecer la vida de fe al elevar la preparación intelectual y liberar a los hombres del agobio para sobrevivir. Además, da pie para agradecer al Señor tantos dones de los que ahora el hombre participa.
En la encíclica Redemptor hominis, la primera de su pontificado, Juan Pablo II hace referencia a la ambivalencia del desarrollo técnico. Se pueden resumir sus palabras en que el progreso se puede hacer a favor o en contra del hombre. Por ejemplo, la energía nuclear puede ofrecer innumerables ventajas, pero también puede llegar a producir una catástrofe de incalculables consecuencias. Muchos son los ejemplos que se podrían poner. En sí misma, la técnica y su progreso son buenos, pero los hombres pueden utilizarlos para el bien o para el mal, para elevarse o para degradarse. Si son utilizados principalmente para "tener" los resultados serán negativos, si, en cambio, se utilizan para conseguir que cada hombre "sea mejor", los resultados serán deseables y buenos.
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