El ser humano se pregunta sobre la naturaleza,
sobre los demás, sobre Dios, sobre todo su entorno, pero es sorprendente como
el hombre es el único ser que se puede preguntar por si mismo, sobre el sentido
de su vida. Es una pregunta fundamental, en la que la respuesta depende
totalmente, lo que el hombre hace con su vida, de su felicidad, su realización
como ser único y comunitario.
Cuando descubres el sentido de la vida, esta se
transforma radicalmente. Todo adquiere valor y significado. La cuestión sobre
el sentido de la vida esta ligado a la felicidad de las personas, a las
elecciones que tomamos y como por medio de estas la vamos dirigiendo y nos
vamos convirtiendo en lo que somos.
Todos tenemos una razón para vivir la vida y con forme
pasa el tiempo la vida cobra sentido cuando las acciones que realizamos con
ella nos hacen feliz y logramos hacer un cambio en la sociedad; cuando dichas
acciones nos ayudan a definirnos como personas, a formar nuestro carácter y
personalidad.
Santo
Toribio de Mogrovejo
En 1594, durante su tercera “visita”
diocesana, escribiéndole al rey de España Felipe II, san Toribio Alfonso de
Mogrovejo hacía un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y
60.000 confirmaciones administradas (Toribio no podía saber que entre ellos
había tres santos: Rosa de Lima, Francisco Solano y Martín de Porres). La
situación de América Latina sería muy distinta de la actual si sus sucesores y
todos los cristianos hubieran tenido el mismo impulso y la misma coherencia de
quien fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y a quien Benedicto XIV
comparó con San Carlos Borromeo.
Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho. Fue nombrado inquisidor en Granada. Gracias a la relación que cultivaba con Felipe II fue nombrado por Gregorio XIII, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenia más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Durante 25 años vivió exclusivamente al servicio del pueblo de Dios. Decía: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”. Fue un verdadero organizador de la Iglesia en América, cuya actividad abarcó también diez sínodos diocesanos y tres provinciales.
Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho. Fue nombrado inquisidor en Granada. Gracias a la relación que cultivaba con Felipe II fue nombrado por Gregorio XIII, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenia más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Durante 25 años vivió exclusivamente al servicio del pueblo de Dios. Decía: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”. Fue un verdadero organizador de la Iglesia en América, cuya actividad abarcó también diez sínodos diocesanos y tres provinciales.
También fundó el primer seminario de
América; intervino con energía contra los derechos particulares de los
religiosos, a quienes estimuló para que aceptaran las parroquias más incómodas
y pobres; casi duplicó el número de las “Doctrinas” o parroquias, que pasaron
de 150 a más de 250.
Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y ahí expiró.
Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y ahí expiró.
Natalia Andrea Romero Herrera - 10B
Gracias por tu trabjo Natalia!
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